Sunday, February 19, 2017

Mi primer cuatromil

De toda la vida siempre he sido más de playa que de montaña. Probablemente se deba a que he pasado el 100% de mis veranos en la costa tostándome al sol y jugando al futbol playa en bañador. Ahora viajo con Ribe, que se crió en la Seu d'Urgell rodeado de montañas y claro, hay que hacer concesiones y explorar cómo es eso de subir montañas para luego bajarlas. Algo que así a priori parece absurdo, pero a lo mejor no lo es tanto. Seguid leyendo. Jajajaja, vaya mierda de cebo.

Después de vistiar Gunajuato, San Miguel de Allende y Querétaro nuestra próxima parada natural en esta deriva situacionista era México DF, pero notábamos que no nos apetecía demasiado, como si el cuerpo nos pidiese naturaleza. Algo sorprendente a un urbanita como yo... estoy cambiando. Así que después de una breve investigación descubrimos que cerca se encuentra El nevado de Toluca con una altura cercana a los 4500 metros. En este punto he de decir que la máxima altura que mi cuerpo ha soportado ha sido La Cresta del Gallo en Murcia que no creo que supere los mil metros. Esto lo cuento para teñir con un poco más de épica la gesta que hoy se ha acometido y cometido. No sé si soy el murciano que más alto ha estado del mundo, de hecho no sé si soy el murciano que más lejos está de Murcia en este momento, tengo que mirarlo, pero aquí no tengo cobertura y mucho menos internet.

Voy a pasar a relatar la bravura por la que pasaré a la historia, o no.

Llegamos en el autobús a Toluca y después de preguntar nos dicen que tenemos que ir a un pueblo que se llama Raíces que cuenta con unos quinientos habitantes entre los que no, no se encuentra Kunta Kinte. Casi nos pasamos de la parada de Raíces porque en el bus estaban poniendo, dando, haciendo, una magnífica película llamada The ugly truth con un magnifico doblaje mexicano en la que un guaperas daba lecciones de cómo tratar a las mujeres. Absorto como estaba en la trama no me doy cuenta de que es posible que ya hayamos llegado. Los otros pasajeros hablan una lengua indígena que obviamente no conozco y me aventuro a preguntar con la esperanza de que alguno de ellos hable mi idioma. En efecto, el pueblo que acabamos de pasar es Raíces y suplicamos al conductor que se detenga y nos deje bajar por la gloria de su madre. El hombre, tranquilo, nos abre la puerta sin entender a qué viene tanto alboroto. Ponemos rumbo al parque natural de Toluca con la mochila grande, es decir, a un paso bastante lento, hasta que unos chilangos (naturales de México DF) se apiadan de nuestras almas y nos dan un ride (paseo acercatorio) en su van (furgoneta). Perdón por la jerga, pero dentro de poco haré un diccionario de supervivencia en México. Llegamos al lugar donde dos señores nos ofrecen alojamiento en una posada vacía por unos 7 euros la noche. Nos encienden el fuego en una chimenea central y nos abandonan a nuestra suerte sin electricidad, agua caliente, cobertura y con unas camas que tienen siete cobijas (mantas) cada una. La posada es muy creepy. Tiene muchas habitaciones, una cocina sin ningún tipo de utensilio, una barra de bar también vacía, una virgen en la entrada con una vela encendida y decoración navideña y sí, estamos solos con la única compañía del fuego. De repente llaman a la puerta y decidimos abrir y son dos simpáticos chicos de Oaxaca que han venido sin mucha idea de lo que habí aquí y han decidido quedarse en la posada con nosotros. Compartimos unas cervezas y unos chupitos de tequila que nos regalaron en Aguascalientes. Nos damos las buenas noches y nos vamos a dormir. Esto no tiene mucho interés, pero últimamente tengo como una estúpida necesidad de rigor que no me deja resumir demasiado cuando narro hechos.

Nos levantamos temprano y desayunamos un café de sobre en borella de plástico con agua caliente que sabe a metal acompañado de unas galletas muy ricas. Los otros chicos duermen. Nosotros nos ponemos en marcha. Comenzamos el camino en dirección a la montaña y todo en orden los primeros cinco minutos. Transcurrido ese tiempo de travesía comienzo a notar los tambores de Jumanji en mi estómago y le digo a ribe que tengo que parar. Me escondo un poco en un acto de decencia absurda porque por allí no pasaba nadie y me pongo de cuclillas agarrado a un pino en lo que he venido a denominar la postura pole dance y apaciguo las llamadas de la naturaleza de forma definitiva. Seguimos caminando por un caminito bastante suave siguiendo las indicaciones que nos dieron. Pero nosotros somos muy nuestros y después de caminar un rato decidimos tomar un atajo. Comenzamos a subir y a subir en dirección a un pico que tiene nieve. Hay un caminito que se torna resbaladizo y empiezo a notar algo que creía una leyenda de alpinistas: La altura. La altura es algo que te deja KO sin que te des cuenta. De repente das unos pasos y empiezas a azorarte y a respirar rápido y tienes que parar. Luego sigues otro poco y lo mismo. Le pregunto a Ribe si ha traído oxígeno y me ha dicho que se lo ha dejado en la otra chaqueta. Seguimos escalando y escalando, cada vez la pendiente es más pronunciada y me alegro de ver basura, porque pienso que alguien ha pasado por ahí antes. Es una sensación rara que ya he tenido pero con mierda de caballo. Si hay restos es porque ha pasado gente por aquí. De vez en cuando miramos a la cima y vemos las nubes pasar muy rápidas sin tocar la montaña. Así como con respeto. Un consejo. Cuando las nubes se mueven rápidas es porque hace mucho viento, con el que nos topamos al llegar a la cima. Un viento como un caballo cuando sopla huracanado que dificulta tomarnos el selfie de rigor. Sorprendidos vemos cómo la montaña que hemos subido es un volcán y en su cráter tiene dos preciosos lagunas, La del sol y la de la luna. La temperatura no invita a bañarse, pero los humanos parece hacernos muy felices encontrar agua en abundancia, así que decidimos bajar por el cráter para tocarla. Al principio la bajada es muy técnica y vamos sobre seguro, pero llega un momento en que comenzamos a deslizarnos por las piedras hacia abajo, esquí de pobres. El viento es tan fuerte y tengo tanto frío que apenas consigo disfrutar de la vista, así que hago unas fotos para disfrutar luego, tarea tambien difícil porque no me siento mucho las manos. Es bastante impresionante caminar sobre algo que alguna vez ha sido roca líquida en erupción. Ahora que lo pienso, todo el planeta lo ha sido en algún momento... bueno, no hagáis caso a esto, pero estar en el cráter de un volcán con un laguito en medio es de lo más impresionante del viaje hasta ahora.

Decidimos rodear el lago y nos encontramos a los dos chilangos que conocimos anoche. Van con ropa de calle y no parecen haber sufrido ningún tipo de desventura para llegar al mismo sitio que nosotros. Nos comentan que han subido en coche. Llevan zapatos y ropa de calle. Yo estoy demacrado del esfuero y de la altura. Después de unos cuantos selfies más decidimos bajar también caminando. Unas cuantas horas más y ya llegamos a la posada del resplandor donde caigo fulminado con dolor de cabeza y frío. Aunque me veáis sonreir en las fotos no lo he pasado bien, pero ha merecido la pena. Es broma, sí lo he pasado bien. Me he sentido muy cabra y empiezo a entender por qué la gente se juega la vida para subir montañas. Es muy impresionante bajar, mirar atrás y ver el monstruo que acabas de subir con charquitos de nieve en la cima.

Ahora vuelvo a estar aquí al lado de la chimenea, sin cobertura. Me he tomado un paracetamol para el dolor de cabeza y hemos cenado/comido unos tacos en un bar al que se le va la luz cuando se les acaba la gasolina. La conclusión de todo esto es que el viaje parece pedir más naturaleza y menos ciudades. Subir montañas es muy guay, pero muy sacrificado. Me duele todo pero me duele bien. Voy a echar otro tronco que se apaga el fuego. El fuego nos esclaviza. Perdón, es la altura.







No comments:

Post a Comment